VANIDAD DE LA VIDA
¿Habéis visto, por las calles de la ciudad, esos cortejos fúnebres que acompañan la vanidad de la vida a la triste realidad de los cementerios? Yo vi una vez uno ostentoso y lleno de aparato. El muerto iba en un arcén de roble reluciente y tachones dorados; la carroza. agobiada por el peso de las coronas, era tirada por seis caballos empenachados; en la presidencia, caballeros enlutados; una hilera de coches relucientes; una banda de música tocando una marcha fúnebre. Todo estaba pregonando: ¡Aquí va un hombre rico!
Al llegar al puente que domina el río, por otra calle desembocaba otro cortejo. Una pobre caja forrada de porcelana negra con una cruz de hojalata; unos cuantos hombres la llevaban a hombros; ni un coche, ni coronas. Todo estaba pregonando: ¡Aquí va un hombre pobre !
Y, al cruzarse ambas comitivas, me pareció a mí que se cruzaba un diálogo de féretro a féretro entre los difuntos. El rico preguntaba: «Tú, ¿quién eres? ¿Qué llevas contigo?» Y el pobre contestaba: «¡Soy un pobre! ¡No llevo nada!» Y luego preguntaba el pobre al rico‑ «Tú ¿quién eres? ¿Qué llevas contigo?» Y el rico contestaba: «Soy rico; ¡pero tampoco llevo nada!»
Los que soñáis con una igualdad utópica, ¡venid aquí! ¡Ya está conseguida la igualdad que soñáis! Pobres, ricos. patronos, obreros, reyes, súbditos… pasó el rasero de la muerte. ¡Todos iguales! ¿Para qué Tantas luchas en la vida. tantas ambiciones insensatas, tantas avaricias sedientas, tantos placeres cenagosos. si el pobre difunto, sea quien sea. tendrá que,e decir al fin y al cabo: «¡No llevo nada! ¡No llevo nada!»?