VANAGLORIA
Huyendo Napoleón de la desastrosa derrota de Waterloo, se hospedó una noche en una humilde posada sobre cuyas negruzcas paredes se veía un retrato de Luis XVI.
— ¿Quién es éste? — preguntó a la posadera.
— Nuestro rey — respondió ella.
Hacía tiempo que el rey y toda la familia real, habían sido decapitados, hacía tiempo que Napoleón, lleno de gloria, había escalado la cumbre del poder, y aquella señora lo ignoraba.
Napoleón, desilusionado. se volvió al general Bertrand, que le acompañaba, y murmuró apenado:
— Ni siquiera los franceses me conocen.
¡Tan vana es la gloria de los hombres!
Esta vanidad la palparía Napoleón poco después, más impresionante, al verse desterrado y recluido en la isla de Santa Elena. Sólo hay una gloria que no se marchita nunca, y es la gloria que reciben los servidores de Dios.