UN ADORNO DE NAVIDAD DEL TODO PECULIAR
Nos preparamos para vivir la Navidad, hay ilusión en nuestros corazones. Nos encontramos adornando las casas, las plazas, luces de colores embellecen nuestra ciudad, es que Navidad hay que vivirla a todo color; se escuchan las ráfagas de petardos, los fuegos artificiales van adornando los cielos fríos y estrellados, todos nos vestimos de fiesta, queremos festejar el acontecimiento más grande en la historia de la humanidad, El Emmanuel, el Dios con nosotros. El Mesías ha bajado a nuestra morada y nos ha enseñado el valor del amor, del perdón y de la generosidad, pero sobre todo, nos ha enseñado el camino hacia el Cielo. Vivir una Navidad sin Jesús, es haber perdido el sentido de la Navidad; no te quedes solo con los adornos navideños, con las posadas o con los fuegos artificiales, dale el verdadero sentido a esta fiesta.
En los últimos días de Adviento visité a un gran amigo, ese día me había invitado a festejar la Navidad con su familia. Le ayudé a adornar el árbol de Navidad. Me quedé asombrado cuando vi que mi amigo colgó entre los adornos hilos dorados, cabellos de ángel y una bolsita de cuero fino. Luego, reconocí que era un recuerdo del tiempo en que mi amigo, como todos nosotros, fue soldado.
Los sufrimientos de la guerra habían quedado en nuestra memoria y no podíamos olvidar; colgar tal recuerdo en el árbol de Navidad, me parecía muy extraño. Mi amigo percibió mi reacción y comenzó su relato:
Primero, ninguno tenía un lugar para sentarse, los vagones estaban llenos. Después de una semana, la situación cambió. La muerte había llevado a muchos amigos. Los cadáveres fueron arrojados a la largo del camino de fierro e iban desapareciendo en medio de la nieve. Después, el tren se quedó dos días parado.
El viento fuerte de las pampas rusas soplaba en torno a nosotros. El frió nos congelaba, ninguno decía ni una sola palabra. Una sola idea nos preocupaba a todos: ¡comida, comida!, pero ninguno hablaba. Conforme a nuestros cálculos, debía ser Navidad o vísperas de Navidad. ¿Navidad en este infierno?
Había un infierno mortal, solo oíamos la respiración pesada del enfermero del grupo, soldado de la cruz roja. Él se había sacrificado mucho y estaba al fin de sus fuerzas, esperaba la muerte con especial paz. Un día antes me había dicho que era sacerdote y que había sido ordenado poco tiempo antes de su ingreso a la carrera militar. Primera vez que ejercía su sagrado ministerio.
Me preguntó : “¿Tú eres católico?”
Yo le respondí que sí.
Después rezamos juntos el rosario, bajito y con mucha devoción. Las horas fueron pasando. De repente, él me jaló el abrigo. Me incliné hacia él y me dijo: “Amigo, ¡creo que está llegando mi hora!, por favor abre mi casaca”.
Lo desabotoné y luego su camisa. Con las manos temblando agarró una bolsita de cuero fino y lo colocó sobre el pecho.
La abrió muy despacio y saco del interior un pañito de lino blanco.
“Tengo aquí tres hostias consagradas. Quiero comulgar antes de morir, ¿quieres comulgar?, ¡ ES NAVIDAD!”
Primero no fui capaz de pronunciar una palabra, mi garganta estaba amarrada. Pero al instante, dije bajito: “si”.
Las manos del joven sacerdote abrieron el lino, sacó una Hostia, y con las últimas fuerzas de su vida dijo: “Señor, no soy digno…..”
Después ambos comulgamos….
Nunca más en mi vida comulgué con tanta piedad y recogimiento como en aquel tren de la muerte, perdido en las inmensas pampas de Rusia.
Mucho tiempo estuvimos uno al lado del otro, cada uno festejando la Navidad en lo íntimo del corazón.
Después, el sacerdote envolvió la tercera Hostia en el lino, la colocó en la bolsita de cuero fino y me entregó este paquetito infinitamente precioso, mis manos temblaban.
La voz del sacerdote se iba apagando: “Lleva contigo a Dios N.S., quedarás consolado de tenerlo contigo en este país que tanto nos ha hecho sufrir. Si vas a morir, comulga antes, así como lo he hecho yo. Si pasas por el control, antes debes entregar la vida que esta bolsita. Y si tienes la suerte de volver a la patria, entonces lleva a Jesús a la primera iglesia católica”.
Ya no hablamos nada más. Nuestras manos estaban entrelazadas. Recé, recé hasta que el joven sacerdote cerró los ojos para siempre. Nadie dentro del vagón había percibido nuestra Navidad. Todos estaban ocupados consigo mismos, incapaces, muy debilitados para cualquier movimiento.
No lo sé, pero parecía que no había ningún católico entre nosotros. Era una noche oscura, pero en mi pecho brillaba la Luz de la Navidad.
Al otro día el tren continuó su viaje, los muertos fueron lanzados fuera, por mucho tiempo pude contemplar a mi amigo sacerdote, lo veía a la distancia. El tren hacía varias curvas, regresando siempre al mismo lugar. Pero llegó un momento en que vi solamente nieve, nieve…
En la sala de Navidad todo era silencioso. Miré hacia el árbol de navidad vi la bolsita de cuero fino y comprendí…
Al otro lado de la puerta se oía el canto de los niños que pedían la venida del Niño Jesús.
Mi amigo, padre feliz, me decía: ”Los niños están llegando, para nosotros no sería Navidad si faltase la bolsita en el árbol, a ellos les gusta mucho más esta reliquia que los otros adornos”.
Me quede en silencio, comprendí todo. Una atmósfera sagrada, profunda y celestial posaba sobre nuestros corazones. Comprendí que el sentido de la Navidad estaba en la presencia de Jesús en nuestra vida.
Recíbelo y no dejes que pase de largo…