PLACER
Un día dijo un niño a su madre:
– Mamaita, tú has dicho que nada se pierde. A dónde, pues, van a parar nuestros deseos, esos que nadie ve?
– A la presencia de Dios-respondió- y allí se quedan.
– Ahí se quedan -repitió el niño, conmovido; luego bajó, la cabeza y, reposándola en el seno de su madre, añadió:-Siento vergüenza.
Efectivamente, si se piensa que Dios lo ve todo y que nuestros más recónditos pecados son vistos por Dios nos tiene que mover a sentirnos mal al pecar.
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