PEREZA / SI EL AGUA NO CORRE, SE PUDRE
Un peluquero tenía en su taller una bonita navaja:
Limpia y brillante, reflejaba meses de trabajo, y la satisfacción de cientos de clientes.
Un día de primavera entró un rayo de sol.
La navaja noto sus propios destellos; se llenó de orgullo, y pensó:
– Siendo yo tan luminosa ¿por qué debo seguir aquí rasurando todos los días a feos y rudos campesinos? Yo merezco una vida más importante que ésta.
La navaja ya no quiso trabajar, y se escondió.
Pasaron seis meses de descanso.
Luego la orgullosa navaja salió de su escondite, y buscó el sol. Quería ver de nuevo su propia hoja blanca y brillante. ¡Amarga sorpresa! La hoja ya no brillaba; estaba toda oxidada.
Entonces la navaja rompió a llorar:
– ¿Por qué no he seguido trabajando humildemente, como antes?
El peluquero, al ver su antigua navaja ya oxidada e inútil, la arrojó a la basura. (Leonardo da Vinci).
«El perezoso dice: ‘¡Hay un león en la calle! ¡Hay un león en la plaza!’ La puerta gira en los goznes, y el perezoso en la cama. El perezoso hunde la mano en el plato; pero le da flojera llevarla a la boca» (Pr 26,13; Gen 3,17; Mt 25,26).