LOS SENTIMIENTOS QUE ACOMPAÑARON A LA ASCENCION
Vemos en Cristo la alegría, porque vuelve al Padre.
Ya durante su vida terrena nos dejó ver la ternura con que se dirigía a su Padre; en el momento de la cruz, sus primeras palabras se dirigen a su Padre; ahora, ese deseo de estar con su Padre se ve realizado. Con qué seguridad dice “Me voy al Padre”, lo tenía clavado en su corazón, de Él venía y a Él iba, esta es la aspiración que todos deberíamos tener. Está sentado a la derecha de Él; yo también un día estaré cercano a mi Padre, ¡cuánto gozo colmará el corazón de Jesús!
Alegría porque cumplió su misión.
Jesús no iba al cielo con las manos vacías, en ellas iba un racimo de obras cumplidas por indicación de su Padre. El “todo está cumplido” brilla en sus labios, su corazón no cabe de gozo, es la alegría de cumplir con la voluntad de Dios; y si hay alguien que lo ha hecho en la historia de la humanidad, es Cristo.
Alegría porque se va del mundo y se queda en el mundo.
Todos queremos permanecer en el tiempo, queremos que los demás nos recuerden: sea por la casa que hicimos, los árboles que plantamos o la obra que iniciamos. Pero nunca podemos satisfacer este deseo, pues la muerte lo rompe abruptamente. Cristo, Dios y hombre, si lo pudo cumplir, se ha ido al cielo y sin embargo sigue con nosotros; sí, se ha quedado con nosotros a través de la Eucaristía, de sus sacramentos, del Espíritu Santo.
Sentimientos con que se quedan los discípulos:
Tristeza porque los dejaba Cristo. Este sentimiento cambió muy rápido en la Iglesia, pues los apóstoles fueron descubriendo cómo Dios estaba con ellos a su lado; su presencia era tal, que los hizo pasar de unos cobardes a intrépidos por el Reino: todos murieron de forma cruenta. Esto fue un sentimiento fugaz, pues el texto nos recuerda que volvieron llenos de gozo. ¿Por qué? Por que han visto lo real que es la Ascensión, no es teoría, es algo totalmente real. Esto los ha llenado de alegría.
Alegría, ilusión por el cielo. Los apóstoles pusieron su corazón en el cielo y siguieron trabajando en la tierra, la alegría de ellos no era hueca. Este sentimiento se metió hasta la médula del cristianismo, tanto que, los cristianos sufrían todo porque tenían una gran alegría: irían al cielo; para ello valía la pena sufrir cualquier cosa con tal de ganar el cielo. Aquí, en este sentimiento, nacen los mártires de la Iglesia; en este sentimiento nacen los santos; y en este sentimiento debemos nacer nosotros. Hoy tenemos que levantar los ojos al cielo y soñar con Él: tenemos que darnos cuenta que vale la pena todo, con tal de gozar de la “total participación con el Padre”.
Certeza de que ya no estaban solos. La tierra, para los apóstoles, viene a ser como el territorio donde Dios gobierna; por ello se saben dentro del territorio de su Señor. Esto los va a llenar de confianza y de alegría en su entrega, en su lucha.