Lecturas del Viernes de la 33ª semana del Tiempo Ordinario
Primera lectura
En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: «Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo.»
Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito. Durante ocho días, celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y rodelas. Consagraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo entero celebró una gran fiesta, que canceló la afrenta de los paganos. Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar, con solemnes festejos, durante ocho días, a partir del veinticinco del mes de Casleu.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Alabamos, Señor, tu nombre glorioso
Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos. R/.
Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. R/.
Tú eres rey y soberano de todo.
De ti viene la riqueza y la gloria. R/.
Tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos. R/.
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, fuente de luz y verdad, instrúyeme, para valorar cada vez más tu presencia en mi corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 45-48
En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: «Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos»». Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El templo, la morada de Dios entre los hombres, privilegiado testigo y custodio de la inestimable presencia de Dios entre su pueblo. Es Dios, que acompaña a su pueblo y que elige su templo como un lugar de encuentro, de intimidad, de verdadero culto. Haciendo memoria de la trayectoria del pueblo de Israel por el desierto y las manifestaciones de la presencia de Dios entre su pueblo, encontramos el drama de la nube de fuego y la nube misteriosa, las tablas de la ley, el arca de la alianza y la tienda que la contenía como algo provisorio, hasta que, por fin, después, de cuarenta años, el pueblo de Dios llegó a poseer la tierra prometida. El rey David, en su majestad, ansiaba dedicarle una morada a su Señor y no fue, sino su hijo, Salomón, el que completó el designio, a grandísimo costo de tiempo, de personal y de recursos, todo para poder ofrecer un lugar, lo más humanamente digno para Dios, para hacer del Templo una morada de Dios, según sus designios.
Pues bien, este sacrosanto lugar, se ha convertido en cueva de bandidos. Este reproche de Jesús refleja su “celo que lo devora” y con justa razón. No obstante, lo primero que Jesús menciona no es el reproche, sino el deseo profundo de su corazón, “Mi casa es casa de oración,” pues para eso fue edificada y consagrada y Dios se toma las cosas en serio, Dios la hizo “su” casa. Por eso, Jesús dice “mi” casa es casa de oración. Dios mismo, el inconmensurable, el omnipotente, el que no necesita de nada, ha puesto su morado entre nosotros por amor.
Meditando en esto, pienso en tres cosas, mi iglesia local, mi casa y el templo de mi corazón:
- Mi Iglesia local, como el lugar donde yo fui introducido a la vida de la Iglesia a través de los sacramentos. En mi vida como cristiano esta ha sido verdaderamente “mi” casa. La casa donde nací en Cristo y donde constantemente recibí el pan de la palabra y el pan de la Eucaristía.
- Mi casa donde habito actualmente. No puedo olvidarme de que como cristiano, es decir, perteneciente a Cristo, tengo que ser testigo y custodio de la presencia de Cristo en todo ámbito y lugar, no sólo durante la misa dominica. Mi casa debe ser pues, casa de oración, no sólo mi Iglesia local.
- Mi corazón es templo vivo de la Santísima Trinidad. Por medio del bautismo, mi corazón fue instituido como “mi” lugar privilegiado de encuentro con “mi” Dios, Dios quiso poner su morada en mi humilde corazón, en el bautismo y en la confirmación, Dios hizo de mi corazón “su” casa. Tengo que ser consciente de esta presencia y no dejar que mi casa se convierta en cueva de bandidos.
«Esto nos llama la atención y nos hace pensar en cómo tratamos nuestros templos, nuestras iglesias. Si realmente son casa de Dios, casa de oración, de encuentro con el Señor, si los sacerdotes favorecen eso, o si se parecen a los mercados. A veces he visto –no aquí en Roma sino en otra parte– he visto una lista de precios. ‘Pero, ¿Cómo, los sacramentos se pagan?’. ‘No, es una ofrenda’. Pero si quieren dar una ofrenda –que la deben dar– que la pongan en la cesta de las ofrendas, escondido, que nadie vea cuánto dan. También hoy hay este peligro. ‘Pero debemos mantener la Iglesia’. Sí, sí, es cierto. Que la mantengan los fieles, pero en la cesta de las ofrendas, no con una lista de precios». (S.S. Francisco, Homilía, 9 de noviembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedica unos minutos a reflexionar lo siguiente:
- Qué fue necesario para que yo recibiera la fe católica, piensa que la fe fue transmitida de generación en generación desde los primeros apóstoles hasta ti. ¿A qué costo?, ¿Qué fue necesario? Piensa que a final de cuentas fue Dios el que quiso encontrarte a ti, fue Él el que construyó la casa.
- ¿Cómo es tu casa dónde vives? ¿Se podría decir que mi casa es casa de oración?
- ¿Cómo está mi corazón? ¿Qué cosas he dejado entrar que han profanado mi templo? Si lo vez conveniente, proponte un tiempo para una buena confesión.