Lecturas del Sábado de la 23ª semana del Tiempo Ordinario
Primera lectura
Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R/.
De la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos. R/.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre. R/.
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Maestro, creo firmemente que estás a mi lado en este momento. Mirándome a los ojos con misericordia, sonriéndome y escuchándome atentamente. Quiero pasar este momento de oración contigo como lo pasaría con el mejor de mis amigos, un lugar donde puedo ser yo mismo, sin máscaras, acogido y comprendido. Un lugar que me recuerda la dignidad que tengo de ser hijo de Dios.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 43-49
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos.
El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón.
¿Por qué me dicen “Señor, Señor”, y no hacen lo que yo les digo? Les voy a decir a quién se parece el que viene a mí y escucha mis palabras y las pone en práctica. Se parece a un hombre, que al construir su casa, hizo una excavación profunda, para echar los cimientos sobre la roca. Vino la creciente y chocó el río contra aquella casa, pero no la pudo derribar, porque estaba sólidamente construida.
Pero el que no pone en práctica lo que escucha, se parece a un hombre que construyó su casa a flor de tierra, sin cimientos. Chocó el río contra ella e inmediatamente la derribó y quedó completamente destruida”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En un mundo donde cada vez son más vendido los libros de autoayuda sobre cómo ser eficiente, fructífero, tener éxito, o llevar una vida feliz, a los cristianos hoy el Evangelio nos ofrece dos pilares, dos rocas sobre las que construir nuestra vida: la oración y la caridad.
La oración es nuestra relación con Dios. En la oración, en este diálogo amoroso, cercano y real con Dios, es donde encontramos nuestra verdadera identidad, lo que realmente somos. Creer profundamente que soy hijo de Dios, creado por amor, conocido y amado desde siempre y por siempre no importa que circunstancias haya en mi vida, es fuente de paz y felicidad. Es a partir de esta identidad desde la que debo tomar las decisiones que van construyendo el edificio de mi vida. Si el cimiento de mi oración está bien, mi identidad estará bien, y mis decisiones serán correctas. Mi relación con Dios debe orientar el proyecto de mi vida.
El segundo pilar es la caridad. La caridad es la virtud cristiana que nos hace capaces de buscar siempre cómo amar y servir más a Dios y a los demás. La santidad, nos dice el catecismo, es vivir la caridad. Consiste en amar a Dios por encima de todas las cosas, y amar a los demás como Cristo nos amó: hasta ser capaces de dar la vida por ellos. Quien vive la caridad pone siempre a los demás primero, y en último lugar a sí mismo. Para vivir este ideal tan alto es necesario tener un corazón como el de Cristo. El que tiene el corazón de Cristo produce el fruto del amor, como el árbol bueno produce frutos buenos. Y para tener el corazón de Jesús, es decir, ser capaces de amar como Él, necesitamos estar muy unidos a Él por medio de la oración.
«Y nuestra vida también puede ser así, cuando mis cimientos no son fuertes. Llega la tempestad – y todos nosotros tenemos tempestades en nuestras vidas, todos, desde el Papa hasta el último, todos – y no somos capaces de resistir. Y muchos dicen: “No, yo cambiaré mi vida” y piensan que cambiar de vida es usar maquillaje. Cambiar de vida es ir a cambiar los fundamentos de la vida, es decir, poner la roca que es Jesús. “Yo querría restaurar esta construcción, este edificio, porque es muy feo, muy feo y yo querría embellecerlo un poco y también asegurar los cimientos”. Pero si voy a maquillarme nuevamente, la cosa no va hacia adelante: caerá. Con las apariencias, la vida cristiana cae». (Homilía de S.S. Francisco, 5 de diciembre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pregúntate esta semana antes de ir a dormir ¿He dado frutos de amor, es decir, he amado más a los demás que a mí mismo en los pequeños detalles de mi vida? Si la respuesta es positiva significa que tu relación con Cristo marcha genial. Si es negativa quizás deberías dedicar más tiempo a conocer mejor a Cristo mejor y enamorarte más de Él.