Lecturas del Martes 13 Abril de la 2ª semana de Pascua
Primera lectura
EL grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.
José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa hijo de la consolación, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.
Palabra de Dios
Salmo
R/. El Señor reina, vestido de majestad
El Señor reina, vestido de majestad;
el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.
Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R/.
Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R/.
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de estar siempre atento al viento del Espíritu que me invita a cooperar en el cumplimiento de tu voluntad por la gracia del Bautismo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”. Nicodemo le preguntó entonces: “¿Cómo puede ser esto?”. Jesús le respondió: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En la persona de Cristo, vida y muerte son parte del mismo misterio. Su vida, plenamente humana y plenamente divina, está marcada por el signo de la cruz. Es un vivir para morir. Pero su muerte no es sencillamente el fin de la vida, sino que está también impregnada del signo de la vida. La Resurrección inaugura la verdadera vida. Aún escuchamos en nuestro corazón el eco de las palabras que los ángeles dirigen a las mujeres: «¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. ¡Ha resucitado!»
Nicodemo fue de los primeros en enterarse de esto. Jesús le declaró, sin miramientos, la íntima relación que existía en el seno de la Santísima Trinidad, donde todo es amor, donde todo es vida. «Nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto». Pero el corazón de Nicodemo, aunque dispuesto a acoger a Jesús, estaba demasiado cerrado en sus seguridades. Sí, era un maestro de la Ley, y por eso creía saber bien qué requisitos debía cumplir un enviado de Dios. Cristo los cumple, sin duda, pero es mucho más que eso.
El Señor desafía el entendimiento de Nicodemo: le anuncia su pasión. Es bien consciente de la muerte que ha de atravesar para darnos la vida. El grano de trigo debe caer por tierra para dar fruto. El Hijo del hombre debe ser elevado para que todos podamos verlo. Pero el dinamismo del Espíritu de Dios, que no cesa de moverse en Cristo, apunta también más allá del drama de la muerte. El problema es que no sabemos de dónde viene ni a dónde va, a menos que estemos atentos. El soplo del viento no se escucha en medio del ruido.
Jesús reveló a Nicodemo lo que el bautismo del Espíritu significaría para todo hombre: un renacer. ¿Qué tanto agradecemos nosotros el don de nuestro bautismo? ¿Nos damos cuenta de lo que éste significa realmente? ¿O creemos que es un simple trámite, como un acta de nacimiento? ¡Triste sería quedarnos únicamente en una bella reunión social en la Tierra, sin darnos cuenta que la verdadera reunión es aquella del Cielo, en que somos bienvenidos a la comunión de los santos!
«[Nicodemo]Es un fariseo justo, porque no todos los fariseos son malos: no; también hubo fariseos justos. Este es un fariseo justo. Sentía inquietud, porque es un hombre que había leído los profetas y sabía que lo que Jesús estaba haciendo había sido anunciado por los profetas. Sintió la inquietud y fue a hablar con Jesús. «Maestro, sabemos que viniste de Dios como Maestro»: es una confesión, hasta cierto punto. «Nadie, de hecho, puede llevar a cabo estos signos que Tú llevas a cabo si Dios no está con Él». Se detiene antes del «por lo tanto». Si digo esto… entonces… Y Jesús respondió misteriosamente, ya que él, Nicodemo, no lo esperaba. Respondió con esa figura del nacimiento: si uno no nace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. Y él, Nicodemo, siente confusión, no entiende y toma ‘ad litteram’ esa respuesta de Jesús: pero ¿cómo puede uno nacer si es un adulto, una persona mayor? Nacer de lo alto, nacer del Espíritu. Es el salto que debe dar la confesión de Nicodemo y no sabe cómo hacerlo. Porque el Espíritu es impredecible. La definición del Espíritu que Jesús da aquí es interesante: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene o a dónde va: así es todo el que nace del Espíritu», es decir, libre. Una persona que se deja llevar de una parte y de otra parte por el Espíritu Santo: esta es la libertad del Espíritu».
(SS Francisco, homilía 20 de abril de 2020, en santa Marta)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicaré un tiempo en calma y silencio a agradecer de corazón a Dios por el regalo tan extraordinario que me ha dado en el sacramento del Bautismo, por el que soy verdaderamente su hijo, hermano de Cristo, coheredero del Reino.