
GOTAS DE ESPERANZA
Cimodea, sacerdotisa de las musas, seguía a Eudoro, cristiano, por las sendas del bosque. No sabía qué pensar de aquel desconocido, al que tuvo al principio por un inmortal. Sospechaba. si sería algún impío, aborrecido por los hombres y perseguido por los dioses, que andaba de noche prófugo sobre la tierra; o si acaso sería algún pirata que había arribado en aquellas costas para robar a los hijos de sus habitantes. Cimodea, comenzaba a sentir un pavor muy vivo, aunque se esforzaba en no manifestarlo.
Pero no tuvo límites su asombro cuando vio que su guía, acercándose a un esclavo abandonado que hallaron por el camino, le trataba de hermano y, quitándose el manto, se lo dio para que cubriera con él sus carnes desnudas. La sacerdotisa de las musas le dijo:
— Tú has creído sin duda que este esclavo era algún dios cubierto con un traje de mendigo palia poner a prueba el corazón de los mortales.
— No —respondió el cristiano—: creí que era un hombre.
¡Ésta es la caridad cristiana!