GOTAS DE ESPERANZA
Mandó el confesor a un blasfemo se pusiese una piedra en el bolsillo por cada blasfemia, a fin de poder decir su número en la confesión.
Llegando el hombre, al anochecer, a su casa, traía los bolsillos llenos de piedras. Le reprendía su mujer, que le había de coser y remendar los bolsillos y le preguntaba por qué se había de cargar de piedras. Mas observó de allí a poco que ya no traía tantas, y que cada día traía menos.
«Esto va bien —decía la mujer a las vecinas del barrio—: mi marido se va curando de la manía; cada día trae menos piedras.»
Y, en efecto, era que él se iba enmendando y progresaba tanto, que la misma mujer pudo decir en breve que su marido, de loco que era antes, se había vuelto santo, pues ni le traía piedras ni soltaba de su boca palabra mala.