GOTAS DE ESPERANZA
En una reunión en que el orador quería probar que la existencia de Dios no es más que un mito, aquél terminó diciendo así:
— Y, ahora mismo, que un ángel de vuestro Dios descienda del cielo y castigue mis blasfemias.
Aún no había pronunciado la última palabra cuando se levantó uno de los oyentes, que era el herrero del pueblo, y, encarándose con el blasfemo, le dijo:
— No vale la pena molestar a los ángeles para una cosa tan sencilla, de la que yo mismo puedo encargarme
Y, diciendo y haciendo, se dirigió al blasfemo un manotazo le hizo rodar del estrado abajo.
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