GOTAS DE ESPERANZA
Era Navidad. En aquella casa se había puesto, siguiendo la costumbre extranjera, un árbol de Noel. Era un pino, sujeto a1 pavimento, de cuyas ramas colgaban en profusión dulces y juguetes. Los niños habían gozado inocentemente, escogiendo con ilusión los frutos del árbol. Pocos días después el padre y el niño de la casa se sentaron junto al árbol desnudo y entablaron un —diálogo interesante:
— Mañana tenemos ya que quitar este árbol, hijo mío.
— ¡Qué lástima, papá! ¿Por qué no lo dejas siempre?
— No puede ser; ¿no ves cómo se le van cayendo las hojas y sus ramas están cada vez más esqueléticas y descarnadas?
— ¿Y por qué se le caen las hojas, papá?
— Es por el calor de la habitación.
— ¿Por el calor? Pues yo he visto, durante el verano, a los árboles llenos de hojas verdes que se les caen con el frío del otoño.
El padre queda un momento pensativo, y después dice:
— Tienes razón, hijo mío; pero hay una diferencia: en el campo, los árboles están arraigados en la tierra, y el calor les da vida y conserva sus hojas; pero cuando se separa el árbol de la tierra, como éste que ves, el calor lo mata y lo deshoja, y ya no sirve más que para el fuego.
Luego el padre, aprovechando la ocasión, da a su hijo esta lección provechosa:
— Lo mismo que a los árboles le pasa al alma, hijo mío. Si arraiga en la tierra generosa de Cristo, el sol, se cubre de hojas de virtud y de frutos de gracia, pero, si se desarraiga de Él, las hojas caen, los frutos se secan y queda convertida en árbol esquelético que no sirve más que para tizón del infierno.