GOTAS DE ESPERANZA
De mi año pasado en Santander guardo, entre otras bonitas cosas, este recuerdo, que referiré según un padre de familia me narró:
«Un día bebí más de lo necesario e, inconscientemente, dejé escapar unas palabras mal sonantes. Cuando fui a acostar, según costumbre, a mi hijito (un colegial de ocho años), apartó de mí su carita con horror. Le pregunté muy intrigado la causa, y me respondió llorando:
»— Tú has blasfemado, papá; y tengo miedo, porque Dios aborrece a los blasfemos.
— Hijo mío —le respondí—, tienes razón; perdóname y ruega a Dios que me perdone. Mañana iré a confesarme.
— ¡Comulgaremos juntos! —me interrumpió.
— Sí, comulgaremos juntos, y por la noche podré besarte.»
« Le aseguro —concluía el caballero— que mi hijito me ha rescatado de un vicio.»