GOTAS DE ESPERANZA
Cuando el rey Pirro envió un embajador a Roma, informó éste a su regreso: «Cada ciudadano romano me hizo la impresión de un rey.»
Esto se debería poder decir de toda alma en gracia: no debería dejar duda ni un momento de que es templo de Dios, como dice san Pablo. Su mirada, sus gestos, su risa,
sus palabras deberían revelar esa armonía que sólo el vivir sobrenaturalizado puede infundir a los hombres.
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