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Sembrando Esperanza

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EL VALOR DEL DINERO

AVARICIA:

2-De la avaricia, uno de los siete pecados capitales, se derivan otros muchos pecados y daños para el alma. Dice Santo Tomás (2-2, q.118,1.8) que el avaro, perdiendo la sensibilidad para la desgracia del prójimo, se inquieta y busca con codicia la riqueza para sí. Con el fin de lograrla recurre, incluso, a la violencia, al engaño doloso, al perjurio; cede al fraude en los negocios y llega hasta la traición de las personas, como en el caso de Judas.
Consiste este pecado en el amor desordenado de los bienes terrenos. Este desorden puede provenir de la intención (cuando se desean las riquezas por sí mismas, como si fueran bienes absolutos), de los medios que se emplean para adquirirlas, buscándolas con ansiedad, con posibles daños a tercero o de la propia salud, etc. El desorden que da lugar a la avaricia puede estar también en la manera de usar de ellas: con tacañería, sin dar limosna, etc.
La avaricia es una señal de falta de confianza en Dios, que ha prometido velar por nosotros con paternal solicitud, y de excesiva confianza en uno mismo, buscando la seguridad en lo puramente material. Este desorden lleva con frecuencia a la falta de mortificación y a la sensualidad.

La avaricia constituye un obstáculo grave para la entrada en el reino de los cielos: Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos(Mc 10,25). La avaricia desvía del amor fraterno y sumerge en el egoísmo (LC 16,19-31); se opone a la esperanza teologal en cuanto la sustituye por la esperanza de bienes materiales, pues su adquisición y su no e se convierten en el bien supremo del hombre, como en el caso del labrador que le habían producido sus campos tantos frutos que no tenía graneros donde guardarlos (LC 12,16-20), y desvía, de forma importante, el fin al que debe tender el hombre: donde está vuestro tesoro allí estará vuestro corazón(LC 12,34).
El amor desordenado a los bienes materiales es un gravísimo obstáculo para el seguimiento de Cristo, como se manifiesta en el pasaje del joven rico (Mt 19,21-22). Todos los evangelistas que relatan este suceso nos han dejado constancia de que su negativa a seguir a Cristo se debió
a su apegamiento a las riquezas.

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