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Sembrando Esperanza

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EL ARTE DE GUARDAR SILENCIO

El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido; en el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos, nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro, elegimos cómo expresarnos  Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma y a nosotros a no permanecer aferrados solo a nuestras palabras o ideas sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena.
En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro y el cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. El silencio es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e identificar asimismo las preguntas verdaderamente importantes  (Papa Benedicto XVI para la 46 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales a celebrar el 20 de mayo de 2012).
HABLAR oportunamente, es acierto.
HABLAR frente al enemigo, es civismo.
HABLAR ante una injusticia, es valentía.
HABLAR para rectificar, es honradez.
CALLAR miserias humanas, es caridad.
CALLAR a tiempo, es prudencia.
CALLAR de sí mismo, es humildad.
CALLAR palabras inútiles, es virtud.
HABLAR para defender, es compasión.
HABLAR ante un dolor, es consolar.
HABLAR para ayudar a otros, es caridad.
HABLAR con sinceridad, es rectitud.
CALLAR cuando acusan, es heroísmo.
CALLAR cuando insultan, es amor.
CALLAR las propias penas, es sacrificio.
CALLAR en el dolor, es penitencia.
HABLAR de sí mismo, es vanidad.
HABLAR restituyendo fama, es honradez.
HABLAR aclarando chismes, es estupidez.
HABLAR disipando falsedades, es conciencia.
CALLAR cuando hieren, es santidad.
CALLAR para defender, es nobleza.
CALLAR defectos ajenos, es benevolencia.
CALLAR debiendo hablar, es cobardía.
HABLAR de defectos, es lastimar.
HABLAR debiendo callar, es necedad.
HABLAR por hablar, es tontería.
HABLAR de Dios, significa mucho amor.
El silencio del hombre. “Hay tiempo de callar y tiempo de hablar” (Ecl 3,7). Esta máxima se puede entender a diferentes grados de profundidad. En la sucesión de los días, el silencio puede significar la indecisión (Gén 24,21), la aprobación (Núm 30, 5-16), la confusión (Neh 5,8), el miedo (Est 4,14); el hombre acentúa su libertad reteniendo su lengua para evitar la falta (Prov 10,19), sobre todo en medio de palabrerías o de juicios inconsiderados (Prov 11,12s; 17, 28; cf. Jn 8,6).
Por encima de esta sabiduría que pudiera parecer puramente humana, es Dios quien funda en el hombre los tiempos del silencio y de la palabra. El silencio delante de Dios traduce la vergüenza después del pecado (Job 40,4; 42,6; cf. 6,24; Rom 3,19; Mt 22,12) o la confianza en la salvación (Lam 3,26; Éx 14,14); significa que ante la injusticia de los hombres, Cristo, como “fiel” siervo (ls 53,7), puso su causa en manos de Dios (Mt 26,63 p; 27,12.14 p), así es, Jesús callaba.
El silencio es la primera piedra del Templo de la sabiduría: PITÁGORAS.
El que sabe callar es siempre el más fuerte: AMADO NERVO.
Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras: WILLIAM SHAKESPEARE.
El hombre entra en la multitud para ahogar el clamor de su propio silencio: RABINDRANAT TAGORE.
De los hombres aprendemos a hablar; a callar, solo de los dioses: PLUTARCO.

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