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Sembrando Esperanza

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EL ARBOL DE LOS PROBLEMAS

Vivimos en un mundo demandante, con muchas exigencias; por lo general, nos pide más de lo que consideramos que podemos dar: resultados, resultados y más resultados. Y por si fuera poco, con esto de la crisis económica, pendemos de un hilo, todo es presión. Ante estas cargas emotivas, nuestros problemas laborales, sentimentales, y a ellos agrégale todo lo que te angustia y preocupa, quisiéramos varitas mágicas o métodos psicológicos que nos ayudaran a romper con esos círculos; la verdad que ahí los tenemos y los vamos llevando con nosotros a lo largo del día, y si comenzaron desde el primer momento, así nos fue en toda nuestra jornada.

Cuántas veces esos pesos que llevamos encima, se los queremos imponer a aquellos con los que convivimos, pobres víctimas de nuestro mal humor, cansancio y problemas; ellos reciben nuestras caras largas, nuestros ojos desorbitados, nuestros gritos y malos humores; y ahí están nuestros hijos, esposos, esposas en silencio, aguantando y esperando que se le pase o rezando para que se relaje.

Aquí les dejo este ejemplo que nos puede ayudar a todos a reflexionar y, si es necesario, a cambiar nuestras actitudes.

Con el deseo de renovar y mejorar mi casa, tuve la necesidad de realizar múltiples trabajos. En una ocasión tuve que contratar a un carpintero; necesitaba de sus servicios para reparar una vieja granja, este trabajo le llevaría varios días; la granja, con el tiempo, estaba en muy mal estado, el viento y las lluvias habían hecho de las suyas. Gran parte de la madera estaba podrida y la granja amenazaba con desplomarse. El carpintero acababa de finalizar su primer día de trabajo, duro y agotador. Su cortadora eléctrica se dañó y le hizo perder tres horas de trabajo, para mala suerte de este buen hombre, su antiguo camión se negó a arrancar, y como si fuera poco, al intentar ver el desperfecto, los dedos de la mano se le machucaron con la cajuela al querer cerrarla, un día como pocos…

Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.

Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa, ahí platicamos un momento. Lo interesante fue que en ningún momento hizo alusión a las situaciones que había pasado mientras trabajaba en la granja.

Posteriormente me acompañó hasta el carro. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes.

“Oh, ese es mi árbol de problemas”, -contestó. “Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez. Lo divertido es, -dijo sonriendo, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior”.

Una historia como tantas, una realidad como muchas que suceden cada día, un momento para reflexionar y comenzar a trabajar, saber dejar las cargas fuera de casa y entrar libres, con una mirada apacible, una sonrisa en tus labios y un ánimo de espíritu que cree armonía y paz entre los tuyos. Que en pocas palabras, te esperen con los brazos abiertos cuando llegues. ¡Feliz día del Padre!

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