DESDE EL DOLOR A LA ESPERANZA
Cuando estás triste y desalentado por tanto esfuerzo inútil o por un dolor que ha tocado de repente tu humilde casa, DIOS sabe bien cómo has vivido.
Cuando estas triste y desconsolado por la partida de un ser querido, Dios quiere ser el médico que cure esa herida y tu compañero que te consuele.
Cuando has llorado tanto que se angustia tu corazón, DIOS ha contado tus lágrimas.
Cuando nada tiene sentido y te sientes confuso y frustrado, DIOS tiene la respuesta.
Si sientes que tu vida está “en espera” y que el tiempo se te ha pasado por alto, DIOS te espera.
Si de repente el panorama se ve mejor y encuentras señales de esperanza, DIOS te ha susurrado.
Cuando todo va bien y tienes mucho por qué ser agradecido, DIOS te ha bendecido.
Cuando sucede algo gozoso que te llena de asombro, DIOS te ha sonreído.
Acuérdate que dondequiera que estés, sea lo que sea que sientas, ¡DIOS lo sabe! y sabe lo que hay en tu corazón, y Él susurra a tu oído y a tu corazón: no te preocupes yo estoy contigo todos los días de tu vida.
No le tenemos que dar muchas vueltas a este asunto, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Compañero de camino; todos le miramos seguros, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre. Esto mismo nos tiene que llenar de confianza y esperanza.
Cómo no recordar el salmo 36, Confía en Dios, haz el bien, confía tu camino a Dios, espera en Él, que Él actuará. Descansa en Dios, confía en Él. Descansa en Dios.
¿Qué le pides a Dios cuando oras?, ¿acaso le pides que un reflejo de la eternidad penetre tu breve vida y tu actuar, y así te lleve de su mano hasta alcanzarlo plenamente?
Con la presencia de la gracia divina en ti, una luz brillará sobre el devenir de tus días, tu miseria y pequeñez; tu paso fugaz por esta vida se convertirá en gloria; lo que parece no tener sentido, adquirirá significado.
“Yo soy la luz de mundo, el que me sigue no andará en tinieblas”. «El Señor es mi pastor, nada me falta; aunque pase por oscuras quebradas, no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo, tu bastón y tu vara me protegen», reza el salmo 22.
¡Qué demostración de fe y esperanza debe de brotar en nuestro corazón ante los momentos de dolor y sufrimiento! Una cachetada en la cara a quienes ven la fe y la esperanza quizás desde la vereda, con indiferencia, o directamente como algo anticuado y conservador que hay que extirpar, como un valor obsoleto.
Qué bien nos dice San Pablo en su carta a los colosenses 3, 1-3: “Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios”.
Morir no es cerrar los ojos porque llegó la noche final, sino bajar los párpados para no ser encandilado por la luz de un nuevo amanecer.
Morir no es cruzar las manos porque llegó el final de la tarea, sino descansar un poco porque pronto comienza la Gran Tarea.
Morir no es detener los pies porque se acabó el camino, sino darle un poco de descanso para estar de pie mañana.
Morir no es callar la voz porque llegó el silencio para siempre, sino darle un descanso porque mañana habrá que amanecer cantando.
Morir no es sufrir la última desilusión porque todo acaba, sino vivir la última esperanza porque todo empieza.
Morir no es morirse para siempre, sino comenzar a vivir de otro modo… Eternamente
La vida que nos espera después de esta es bella y plena, no nos faltará nada, en ella nos encontraremos con Dios y luego con todos nuestros seres queridos. Vivamos de tal modo, que así sea nuestra muerte, una vida serena, una muerte llena de paz, una vida con Dios, una muerte llena de la presencia consoladora del Señor, una vida con muchas amistades, una muerte acompañado por muchos amigos, una vida asumida con responsabilidad, una muerte en la que podremos exclamar: MISIÓN CUMPLIDA.