CUANDO NOS SENTIMOS IMPORTANTES
A lo largo de la vida he ido aprendiendo que los hombres pasamos y que cada uno tiene que poner lo mejor de sí mismo. Siempre me ha acompañado una máxima: “deja las cosas mejor de como las has encontrado”; si lo haces así, triunfarás y dejarás a tu alrededor un buen sabor de boca, la gente te recordará y en donde estés te acompañará con su oración, estima, cariño y agradecimiento.
Otra cosa que he aprendido es que aquellos que quieren perpetuarse en el poder o en un lugar, con el tiempo van perdiendo la riqueza y fortaleza con la cual comenzaron, ya cansados son poco eficaces y, por lo general, ya están instalados en un cierto status. Son sanos los cambios, es sano decirte a ti mismo “siervo inútil soy, solo he hecho lo que tenía que hacer” y aceptar que es bueno un cambio, y tú también darte cuenta que debes cambiar, que ya tus acciones, pueden estar limitadas por círculos viciosos, egoístas y cerrados en sí mismos y que todo lo que hagas no tendrá el fruto que Dios espera. Lo importante es que llegues al cielo con las manos llenas, pues será a Dios a quien le presentarás todos los afanes de tu vida, con sus triunfos y fracasos, con sus luchas, caídas y levantadas y Él, que es sumo bien, te recompensará.
Vivir de cara a los triunfos humanos y al que dirán de los hombres, es siempre un riesgo y, al final, traerá como resultado el encontrarte con las manos vacías.
A veces, cuando te sientes importante; a veces, cuando tu ego florece; a veces, cuando das por sentado que eres el mejor del lugar; a veces, cuando sientes que tu ida dejará un vacío que no puede llenarse, sigue simplemente estos consejos y observa cómo se ubica tu alma:
Toma un balde y llénalo de agua; sumerge tu mano hasta la muñeca, sácala, el hueco que queda es la medida de cuánto serás extrañado.
Podrás salpicar con gozo cuando entres; podrás remover el agua con abundancia, pero deja de moverte y en un minuto observarás que su aspecto es quieto como antes.
La moraleja de este sencillo ejemplo es simplemente hacer todo lo mejor que puedas y sentirte orgulloso de ti mismo; si tu trabajo lo has ofrecido a Dios, lo has hecho con rectitud de intención y has buscado hacer el bien; no te sientas triste ni derrotado, recuerda que no hay ningún hombre indispensable. Dios no despide a nadie excepto a los que están llenos de ellos mismos. Como decía San Pedro en 1 Pedro 5:5: “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes”.