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Sembrando Esperanza

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CUANDO EN LA SILLA ENCUENTRAS EL DESCANSO QUE NECESITAS

El hombre moderno vive muy acelerado, está drogado por la acción. Ha perdido su capacidad de reflexionar y de interiorizar. Todo el mundo anda de prisa, la prisa va marcando el ritmo de la sociedad y nos trae de cabeza.  A Arnaldo Zorlani (Ministro de Asuntos Exteriores de Italia) ante la situación de la humanidad: los crímenes, la guerra y el terror, le preguntan: «entonces ¿dónde apoyas tu esperanza?»  Creo que el mundo actual se mantiene en pie sólo por la gente que ora… La esperanza hay que ponerla sólo en aquellos hombres que viven en oración».

El Papa Benedicto XVI, en la Encíclica sobre la Esperanza, nos explica lo siguiente: “Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme.  Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está totalmente solo” (Spe Salvi, N. 25).

De sus trece años de prisión, nueve de los cuales en aislamiento, el inolvidable Cardenal Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad”(Spe Salvi, N° 32).

Nunca desfallezcas en tu oración, ora, ora sin cesar, en ella encontrarás no solo la esperanza, te acompañará también esa experiencia de que Dios siempre está contigo. Encontrarás el alimento que nutrirá tu alma y te dará la fuerza y ánimos en tu camino.

La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote asumió que el hombre sabía que vendría a verlo. «Supongo que me estaba esperando», le dijo. «No, ¿quién es usted?», dijo el hombre. «Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted, cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo estaba viniendo a verlo» «Oh sí, la silla», dijo el hombre enfermo, «¿le importa cerrar la puerta?»

El sacerdote, sorprendido, la cerró. «Nunca le he dicho esto a nadie, pero… toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la Iglesia he escuchado siempre al respecto de la oración, qué se debe orar y los beneficios que trae, etc., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y salió por el otro pues no tengo idea de cómo hacerlo. Entonces, hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: «José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas… te sientas en una silla y colocas otra silla vacía en frente tuyo, luego con fe miras a Jesús sentado delante tuyo. No es algo alocado el hacerlo, pues el nos dijo: ¡Yo estaré siempre con ustedes!  Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo». «Es así que lo hice una vez, y me gustó tanto, que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija, pues me internaría de inmediato en la casa de los locos».

El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo, luego hizo una oración con él, le extendió una bendición, los santos óleos y se fue a su parroquia.

Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó: «¿Falleció en paz?» «Sí, cuando salí de la casa, a eso de las dos de la tarde, me llamó y fui a verlo a su cama; en un momento de extrema lucidez, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras, una hora más tarde, ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar esto?» El sacerdote con gran emoción le respondió: «Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera».

En el silencio de tu cuarto, al lado de la silla, dialoga con Dios, tenlo siempre presente y verás cómo El te dará la serenidad y la paz en tu peregrinar cotidiano, pero sobre todo, te preparará para ese encuentro definitivo con El. No tengas miedo de reclinar tu cabeza en es silla, que aparentemente está vacía, pero que sabemos que Jesús, está ahí. El no nos ha defraudado, ha mantenido la promesa que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.

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