CONOCER A MARIA
MARÍA Y EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN
Obraste perfectamente, Óptimo Jesús, cuando visitaste con sentimiento filial a tu amadísima Madre, la saludaste con respeto, le hablaste con dulzura, la consolaste cordialmente y, al mostrarle la felicidad de tu rostro, hiciste desvanecer toda su tristeza y las dolorosas lágrimas de sus ojos. Tan pronto como llegó a verte, desaparecieron el dolor y los gemidos; cuando hablaste a su corazón, descendió en ella el Espíritu Santo más que en los apóstoles, embriagando de alegría su alma.
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