GLORIA III PARTE
Además de la felicidad esencial de la visión beatífica, los justos gozarán de una bien aventura accidental, procedente del natural conocimiento y amor de los bienes creados:
*Por la compañía de Jesucristo, de la Virgen Santísima, de los Ángeles y de los Santos.
*Por el bien realizado en el mundo.
¨*Por la belleza y esplendor con que son vestidos en la gloria: las aureolas
*Después del juicio universal, por la posesión del propio cuerpo resucitado y glorioso.
Es doctrina católica que la gloria esencial es inmutable. En cambio, la felicidad y la gloria accidental aumenta hasta el día del Juicio Universal: por la resurrección del cuerpo, y por el conocimiento de nuevos hechos gozosos, por ejemplo, por el incremento y santificación de la Iglesia militante, e incremento de la Iglesia triunfante (cfr. Catecismo Romano I,I3,8)
Los gozos del cielo no son iguales para todos los bienaventurados, sino que corresponden al diverso grado de mérito alcanzado aquí en la tierra (Conc. Florentino y Conc. de Trento: cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo (I Cor, 3,8) Quien en la tierra haya amado más a Dios en mayor abundancia: El que escaso siembra, escaso cosecha; el que con largueza, con largueza cosechará (2 Cor, 9,6)
La esperanza de alcanzar el cielo, es buena y necesaria; anima en los momentos más duros a mantenerse firme en la virtud de la fidelidad, porque es muy grande la recompensa que nos aguarda el cielo (Mt, 5,12)
Es de notar que la bienaventuranza se otorga en proporción a la caridad y no en proporción a cualquier otra virtud. (Santo Tomás sobre la caridad, 1.c,204)
Aquí la caridad ya es un comienzo de la vida eterna, y la eterna consistirá en un acto interrumpido de caridad (Santo Tomás, Suma Teológica , 1-2q,114, a.4)
La vida perdurable consiste priimariamente en nuestra unión con Dios ya que el mismo Dios en persona es el premio y el término de todas nuestras Fatigas, (Santo Tomás, Sobre el Credo, 1c., 110)
Consiste asimismo en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de los que deseaban o esperaban. La razón de ello es porque en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito (Santo Tomás sobre el Credo 1c, 111)