COMO BUEN HIJO DE PAPI, GASTAS Y GASTAS SIN ADMINISTRAR
Frecuentemente los hombres vamos poniendo nuestras seguridades en los legados que vamos recibiendo de nuestros progenitores; muchas veces nos hemos acostumbrado a vivir de rentas, a creer que porque mis papás me han dado todo en la vida ya la tengo solucionada, y nos dormimos en los laureles. Cuántos casos en que los papás le dieron todo a su hijo, casa, carro, estudios, viajes, una vida sin mayores complicaciones y sobresaltos, pero cuando ellos tuvieron que asumir sus propias responsabilidades y saber administrar esas posesiones, poco les duró el gusto, lo malgastaron, así como nos lo cuenta el Evangelio del hijo Pródigo, “se fue a tierras lejanas y mal gastó toda su herencia en fiestas y mujeres”. Lo mismo nos pasa en nuestra vida personal, Dios nos da mucho, pues somos sus hijos; y envanecidos en nuestros derechos, vamos malgastando los dones que nos deja como herencia, vamos enfriando nuestro espíritu, hasta hacernos sordos a sus consejos. Aquí una nueva lección, para que cuides de tus dones y sepas siempre volver a tus inicios…
Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, una gran estancia, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero. Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos. Su padre siempre le advertía que sus amigos solo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, le abandonarían.
Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyan un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito:
«PARA QUE NUNCA DESPRECIES LAS PALABRAS DE TU PADRE».
Más tarde, llamó a su hijo y lo llevó al establo y le dijo:
Hijo mío, yo ya estoy viejo y, cuando yo me vaya, tú te encargarás de todo lo que es mío… Y yo sé cual será tu futuro.
Vas a dejar la estancia en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos.
Venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando no tengas más nada, tus amigos se apartarán de ti. Solo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Fue por esto que construí esta horca. ¡Ella es para ti!
Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te dije, te ahorcarás en ella.
El joven se rió, pensó que era un absurdo, pero, para no contradecir al padre, prometió, pensando que eso jamás podría suceder.
El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, pero, así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.
Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir:
Ah, padre mío… Si yo hubiese escuchado tus consejos… Pero ahora es demasiado tarde. Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá y entrando, vio la horca y la placa llenas de polvo, y entonces pensó:
Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero, al menos esta vez, haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada más…
Entonces, él subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó: Ah, si yo tuviese una nueva oportunidad…
Se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta… Era el fin. Pero el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente y el joven cayó al piso. Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y brillantes, muchos brillantes… La horca estaba llena de piedras preciosas y una nota también cayó en medio de ellas. En ella estaba escrito:
Esta es tu nueva oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre.
Dios es exactamente así con nosotros. Cuando nos arrepentimos, podemos ir hasta Él. Él siempre nos da una nueva oportunidad.
No te confíes solo en tus propias fuerzas, cualidades y fortalezas, cuida el tesoro que tienes en tu mano; tu vida, tus valores y ese legado tan hermoso que te han dejado tus papás, “la Fe”. Cuidado, que mal administrado, lo puedes perder todo; pero sobre todo, ten la certeza que Dios, hasta el final de tu vida, estará velando por ti y tus intereses, jamás prescindas de sus consejos y de esos cuidados que te quiere prodigar. Recuerda lo que dice: 1 Crónicas 16:34: “Den gracias al Señor, porque Él es bueno, porque su amor es eterno” y el Salmo 57:10 “Pues tu amor es grande hasta los cielos; tu lealtad alcanza al cielo azul”.