DIOS SABE LO QUE TRAE ENTRE MANOS
Los hombres vamos construyendo proyectos y planes para así obtener la felicidad y la propia realización. Muchas veces las expectativas que nos vamos creando, y las exigencias que nuestra sociedad nos va imponiendo hacia metas meramente humanas, nos llevan a excluir a Dios y su Santísima voluntad en nuestra vida; en definitiva, han sido el egoísmo y la vanidad las que han ido marcando la pauta en nuestro caminar. Cuántos quebrantos, decepciones, sufrimientos y heridas nos vamos haciendo, y cuántos desencantos van llenando nuestra vida de fracasos y frustraciones. La vida se nos puede ir con la insatisfacción de no haber realizado el plan de Dios, lo que Dios tenía pensado en su infinita sabiduría sobre nosotros; y lo terrible de todo esto, es encontrarnos al final con una vida mal trecha, con las manos vacías y habiendo impuesto a Dios lo que nosotros considerábamos bueno.
Dios sabe lo que quiere de cada uno de nosotros, Él tiene su plan y, aunque muchas veces no entendamos, tenemos que confiar en Él y hacer uno o varios actos de abandono. Dios no se equivoca en sus proyectos y siempre buscará darnos lo mejor. No nos resistamos, no reclamemos, no cerremos nuestro corazón, Dios sí sabe lo que trae entre manos.
Había dos piedrecitas que vivían en medio de otras en el lecho de un torrente. Se distinguían entre todas porque eran de un intenso color azul. Cuando les llegaba el sol, brillaban como dos pedacitos de cielo caídos al agua. Ellas conversaban en lo que serían cuando alguien las descubriera: «Acabaremos en la corona de una reina» se decían.
Un día, por fin fueron recogidas por una mano humana. Varios días estuvieron sofocándose en diversas cajas, hasta que alguien las tomó y oprimió contra una pared, igual que a otras, introduciéndolas en un lecho de cemento pegajoso. Lloraron, suplicaron, insultaron, amenazaron, pero dos golpes de martillo las hundieron todavía más en aquel cemento. A partir de entonces, sólo pensaban en huir.
Hicieron amistad con un hilo de agua que de vez en cuando corría por encima de ellas y le decían: Fíltrate por debajo de nosotras y arráncanos de esta maldita pared.
Así lo hizo el hilo de agua, y al cabo de unos meses las piedrecitas ya bailaban un poco en su lecho. Finalmente en una noche húmeda, las dos piedrecitas cayeron al suelo y yaciendo en la tierra echaron una mirada a lo que había sido su prisión. La luz de la luna iluminaba un espléndido mosaico. Miles de piedrecitas de oro y de colores formaban una figura Divina; pero en el rostro de aquel Señor había algo raro, estaba ciego; sus ojos carecían de pupilas. Las dos piedrecitas comprendieron. Ellas eran las pupilas de Dios.
Al amanecer, el guardián distraído tropezó con algo extraño en el suelo; en la penumbra, pasó la escoba y las echó al cubo de basura.
Es claro, Dios tiene un plan maravilloso para cada uno de nosotros y a veces no lo entendemos. Y por hacer nuestra propia obra y nuestra voluntad, malogramos lo que Él había trazado para nosotros. Nosotros somos «las niñas de los ojos» de Dios. Él nos necesita para que, a nombre suyo, podamos llevar la luz al mundo.