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Sembrando Esperanza

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EL VERDADERO AMOR… SI ME AMAS, DIMELO CON TU VIDA

La Iglesia nos enseña que la familia es uno de los bienes más preciosos de la humanidad.  Porque la familia es un don tan precioso, que parte del plan de Dios, para que todas las personas puedan nacer y desarrollarse en una comunidad de amor, ser buenos hijos de Dios en este mundo y participar en la vida futura del Reino de los Cielos.   Dios ha querido que los hombres formen familia para colaborar con Él en esa tarea.  En la Sagrada Escritura se narra la creación del primer hombre y de la primera mujer: Dios los creó a su imagen y semejanza; los hizo varón y mujer, los bendijo y les mandó crecer y multiplicarse para poblar la tierra (cf. Gen 1,27).  Y para que esto fuera posible de un modo verdaderamente humano, Dios mandó que el hombre y la mujer se unieran para formar la comunidad de vida y amor (cf. Gen 2,19?24), para luego hacerlo sacramento con la venida de Cristo.  Y claro que esto sea estable y no a la merced de cambios personales, para esto, lo ha hecho un pacto indisoluble.  Les comparto esta reflexión para que nos ayude a valorar la indisolubilidad del matrimonio.

Un famoso maestro se encontraba frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio.  Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando ésta se apaga, en lugar de entrar situaciones de desgaste, monotonía, etc.  El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relató lo siguiente:

Mis padres vivieron 55 años casados.  Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto.  Cayó, mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y con todo el cariño y dolor del caso la subió a la camioneta.   A toda velocidad, rebasando, sin respetar los altos, condujo hasta el hospital.  Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido.

Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida.  Casi no lloró.  Esa noche sus hijos nos reunimos con él y nos acompañaba el sacerdote amigo de la familia, el Padre Mario.  En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas.  Él, pidió al Padre Mario que le explicara y le dijera dónde estaría mamá en ese momento.  El Padre Mario comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturó cómo y dónde estaría ella.  Mi padre escuchaba con gran atención.  De pronto pidió: «llévenme al cementerio».

«Papá» respondimos “¡son las 11 de la noche, no podemos ir al cementerio ahora!”.  Alzó la voz, y con una mirada vidriosa dijo: «no discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años».  Se produjo un momento de respetuoso silencio.

No discutimos más.  Fuimos al cementerio, pedimos permiso al vigilante, con una linterna llegamos a la lápida.  Mi padre la acarició, lloró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos: «fueron 55 buenos años ¿saben?, nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así».  Hizo una pausa y se limpió la cara.  «Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis, cambio de empleo continuo; hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad.  Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos, rezamos juntos en la sala de espera de algunos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad y perdonamos nuestros errores.  Hijos, ahora se ha ido y estoy contento, ¿saben por qué?, porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida.  Ser yo quien pase por esto.  Le doy gracias a Dios.  La amo tanto que no me hubiera gustado que sufriera».

Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas.  Lo abrazamos y él nos consoló: «todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día».

Esa noche entendí lo que es el verdadero amor.  Dista mucho de un romanticismo pasajero y momentáneo, más bien se vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente comprometidas.

Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle, ese tipo de amor era algo que no conocían.

Así es el verdadero amor de una pareja que ha encontrado en su vida el sentido verdadero del matrimonio, fundado en un amor eterno, que brota del amor de Dios.

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