GOTAS DE ESPERANZA
Entre millares de cristianos llevados al martirio en Armenia, tenemos el ejemplo de un niño de doce años. Cogido por los turcos y tentado con lisonjas a apostatar de la fe de Jesucristo, respondió resueltamente:
— ¡No quiero!
Le amenazaron con cortarle una mano, a lo que él dijo:
— Aquí la tenéis: haced vuestro oficio.
Y aquellos bárbaros se la cortaron. Luego, creyendo que el niño se arredraría, le curaron al momento y le dijeron:
— Si no quieres perder la otra, hazte musulmán.
— He aquí la otra mano —respondió el intrépido cristiano.
Se la cortaron, manteniéndose el niño más fuerte que antes. Y aquellos endemoniados le dijeron:
— O cedes, o pierdes la cabeza.
— A vuestra disposición mi cabeza, porque yo sigo siendo cristiano.
Los mahometanos, de un tajo, cortaron la cabeza del niño, y el alma del mártir voló como paloma al trono de Dios. El hecho es rigurosamente histórico; lo cuenta un religioso armenio. ¡Qué ejemplo de firmeza y de adhesión a la fe en este niño!
¿Tienen todos los cristianos esta firmeza? ¿Cuántos serían capaces de sufrir por su fe, no digo el martirio y la muerte, sino sólo incomodidades, ignominias y persecuciones? Hay, en cambio, que deplorar que muchos se dejan desviar por falsos doctores, muchos están vacilantes en sus creencias religiosas, y hasta hay quienes, cediendo a las lisonjas de los malvados, se apartan de la fe. ¿Con qué ganancia?