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Historias y anécdotas

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Vivía en Francia un hombre de noble alcurnia, rico he instruido. Durante largo tiempo había sido diputado en el Parlamento y prefecto de una de las provincias; pobres y ricos le respetaban. Un día corrió una noticia inesperada; este señor, hastiado de la gloria del mundo y de las pompas huma­nas, había entrado en una de

Sé de una mujer, joven aún, de un amor extraordinario a la gracia santificante, pero también de gusto innato para todo lo natural y de gran afición a las artes. Sabiendo que había sido agraciada, le pedimos nos enseñara un retrato de su primera juventud; pero, para nuestro asombro, contestó con profundo recogimiento: «Temo que desde los ojos

En el tesoro del Sha de Persia hay una esfera en extremo valiosa. Aunque su diámetro no pasa de 30 centímetros, el mar y los países aparecen en ella, no pintados en diversos colores, sino formados por las más ricas piedras preciosas. Inglaterra, por ejemplo, está hecha de rubíes; las Indias, de diamantes; los mares, de

Francisco de Borja (+1572) era duque de Gandía, los más grandes personajes de España. Cuando emperatriz Isabel murió y fue llevado su cadáver a Francisco, que estuvo presente a la identifi­cación y al descubrimiento de la caja que encerraba el a la difunta. Qué vio entonces? Un montón de podredumbre del que emanaba un hedor pestilente.

Cuando Pirro, Rey de Epiro, uno de los más grandes capi­tanes de la antigüedad, oyó a sus embajadores ponderar el poderío de Roma, exclamó. - Pero, ¿Acaso en Roma no hay imperfecciones y defectos?. - Sí -respondieron los nuncios-, hay uno, y éste grandísimo:        ¡También se muere en Roma!. - Aunque así sea, vayamos -dijo Pirro-; Roma será

Era un muchacho superdotado, de alma predestinada, que murió a los 19 años de edad. Enviado a un hotel transformado en sanatorio, un día asistió a una fiesta: baile, música, distracciones. En un entreacto abandonó la sala y, cuando se disponía a entrar de nuevo, de repente pensó en Jesús. «¡Ya no vuelvo!», pensó. «Me ha mirado

Un joven, en vísperas de sufrir una operación en los ojos, que amenazaba con dejarle totalmente sin vista. Su madre no dejaba de rezar y rezar. “No sé para qué rezas tanto ‑ le dijo a la madre‑. Tú sabes que las probabilidades de recuperación son mínimas”. Y le llegó conmovida la voz de su madre: