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Historias y anécdotas

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En una noche espléndida miraba Jörgensen, cuando era un muchacho, el cielo rutilante de estrenas. Con un planisferio celeste, iba buscando astros y constelaciones, los observaba con interés y grababa sus nombres en la memoria. Llegó su madre; y él empezó a explicarle con calor las maravillas del mundo sideral: los centenares y millares de soles,

Había un médico infiel llamado Genario. Éste no creía que el alma fuese un espíritu inmortal. He aquí que un día tuvo un sueño muy singular. Vio ante sí a un joven hermosísimo, de blanca vestidura, que le preguntó:   — ¿Me ves? El médico dijo: — Sí, te veo. El joven preguntó luego: — ¿Me ves con los ojos? El médico contestó

Mi caso es muy diferente del de Pedro, para comenzar nací en una gran ciudad: Tarso. Desde la infancia he estudiado bajo la tutela de Gamaliel. Pertenezco a la secta de Los Fariseos, gente rígida y un poco fanática. Soy también un ciudadano romano. He sido sobre todo un enemigo de los Cristianos, tanto que he

Mafalda, el simpático personaje de los cómics, se encon­tró su hermanito Guille llorando desconsoladamente. ‑¿Qué te pasa, Guille? ‑Me duelen los pies‑responde entre pucheros. Mafalda se fija en los pies del crío y le explica: ‑Claro, Guille, te has puesto los zapatos cambiados de pie, al revés. Guille, tras un instante para comprobar el hecho indiscutible,

Era la primera vez que Isabel la Católica, reina de España, se confesaba con fray Hernando de Talavera. Era costumbre que los reyes se confesaran arrodillados en un reclinatorio y el confesor se arrodillara también en otro, pero fray Hernando se sentó para la confesión de la reina. Esta le dijo que, según se acostumbra­ba, ambos

Decía un maestro laico a los niños de su escuela, que el alma no es más que la sangre. Para convencerlos de ello sacó una gota de sangre del rapaz más valeroso, que prestó su brazo para hacer el experimento, y luego preguntó: — Si en lugar de sacarte una gota de sangre te la saco toda,

San Francisco Javier asistía a un gentilhombre mal herido en un desafío con uno de sus enemigos. El paciente estaba grave, y su muerte era ya inminente. El santo se esforzaba para arrancarle el perdón de sus enemigos, pero el desgraciado gritaba que nunca los perdonaría y que sólo quería curarse para poder tomar venganza de ellos. Compadecido san

Alberto Magno, que no sólo fue insigne maestro de sagrada Teología, sino que también conocía perfectamente la mecánica, construyó, según cuenta. la leyenda, un autómata que se movía, recibía a la gente e incluso hablaba. En ausencia del maestro, llegó un muchacho. Le abrió el autómata y le dio asiento. Asustado el muchacho, pidió socorro. Subió de