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Historias y anécdotas

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Entre las intrigas en la corte de Felipe IV, donde los válidos se disputaban el favor del rey, sólo una voz de mujer resuena con el clamor de la verdad. - ¿Qué hago, sor María?- pregunta el monarca. Y desde el severo claustro franciscano de Ágreda, responde la monja: - Quien se vence, vence.  

No hará mucho, una actriz americana hizo un extraño contra­to con una compañía inglesa de seguros. Según él, la actriz debía recibir 50 mil libras esterlinas si dentro de diez años, por cualquier motivo, por enfermedad o desgracia, no sabía

En Génova, ciudad famosa por sus cementerios, lleno de magníficos monumentos funerarios, vivía una vieja vendedora de frutas, cuyos deseos se cifraban en poder tener también ella un hermoso mausoleo después de muerta. Por esto ahorraba, amontonaba céntimo a céntimo, se impuso privaciones durante toda su vida, y realmente consiguió la lápida de mármol. ¡Qué terrible pensamiento:

Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa durante cuarenta años, después de haber vencido repetidas veces a los cartagi­nenses y haber extendido su reino hasta Reggio y Crotona, temía tanto perder las riquezas y la vida que llevaba conti­nuamente debajo de sus vestidos una coraza de hierro, se hacia afeitar por sus hijos, por temor al barbero,

En cierta ocasión un mal cazador disparó contra un ganso salvaje (así reza el cuento), pero no pudo quitarle más que las plumas de la cola. Y tan desgraciado fue el pobre animal, que no le quedaron más que dos plumas. ¡Pobre ganso! Todos se reirían de él. En vista de esto resolvió emprender una vida errante. Después

En la mitología hay una fábula que os voy a repetir porque hasta del error podemos nosotros sacar una enseñanza de verdad. Es la conocida fábula de Narciso. Narciso se miró una vez en una fuente de agua y tal era la ceguera de su vanidad, que quedó enamorado de sí mismo. Pare­cióle ajena hermosura lo que

Las pequeñeces tienen un poder enorme en la vida moral. Napoleón tenía un talento soberano y habría podido servir muchísimo a la humanidad. Pero le hizo tropezar y causó su propia perdición un solo defecto: su vanidad sin medida.

Alcibíades, dijo en una ocasión con orgullo ante su maestro Sócrates cuántas haciendas y tierras tenía en las cercanías de Atenas. Sócrates sacó un gran mapa: "Muéstrame, ¿dónde está Asia?" Alcibíades mostró un gran continente. "Bien, y ahora, dónde está Grecia?" Y también se la mostró, pero ¡qué trozo de tierra más pequeño en comparación de