SACRIFICIO / SALVAR UN ALMA
He conocido Angiollino, un hermano nuestro Silencioso Operario de la Cruz, muerto santamente, de quien se inicia la causa de beatificación, un muchacho de 14 años quien, con la ayuda de la Santísima Virgen, comprendió maravillosamente su vocación de sufriente hasta el punto de tener sed de sacrificios para salvar las almas.
En el último período de su vida fue a Re di Novara para hacer Ejercicios Espirituales.
Era tanto su alegría, su gratitud y la emoción de haber llegado a aquel punto tan querido, junto con tantos enfermos, que apenas que bajó del tren y invitado a subir el bus, Angiolino cortésmente agradeció y pidió a los dirigentes que le dejara terminar sobre muletas – se había amputado una pierna a causa de su enfermedad – el restante camino de unos 200 metros a la casa.
El camino era cresta arriba y bastante difícil. Con tal de que al llegar a la casa el muchacho quedó visiblemente cansado hasta dar lástima.
Una señora que lo vio observó espontáneamente: «Pobrecito, ¿porqué no hacerle venir en el bus con los demás, o llevarlo en un carrito? Angiollino, que había escuchado, se paró, como para recuperar el aliento, y respondió con firmeza: «Pero señora, ¿no sabe Ud. que con cada paso que hago puedo salvar un alma?» (Cfr. AA.VV., Maria Santissima e lo Spirito Santo, Roma 19776, pp. 181-182).