Lecturas del Viernes de la 3ª semana del Tiempo Ordinario
Primera lectura
Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella.
David mandó preguntar por la mujer, y le dijeron: «Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita.»
David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su casa, quedó encinta y mandó este aviso a David: «Estoy encinta.»
Entonces David mandó esta orden a Joab: «Mándame a Urías, el hitita.»
Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra.
Luego le dijo: «Anda a casa a lavarte los pies.»
Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo del rey. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa. Avisaron a David que Urías no había ido a su casa. Al día siguiente, David lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era: «Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera.» Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab, y hubo bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Misericordia, Señor: hemos pecado
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R/.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre. R/.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa. R/.
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame, Señor, la paciencia para esperar que tu gracia florezca en mi vida y perdona las veces en las que me desaliento al no ver el progreso como me gustaría.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Has sembrado una semilla alguna vez? Quizá no, quizá sí. Tal vez, la experiencia más cercana a sembrar fue cuando dejaste un grano de frijol sobre un algodón mojado para un proyecto de biología. De cualquier manera, te puedes imaginar que el proceso de crecimiento de una planta requiere tiempo y previsión. Si observamos a los seres vivos nos damos cuenta de que su periodo de gestación es proporcional a su complejidad y dimensión. Por ejemplo, el periodo de un perrito tarda entre 58 a 68 días, mientras que el del elefante puede durar hasta 22 meses. Si vemos ahora la duración del crecimiento de una ciudad, los números se disparan hasta el cielo. Ahora, si nos ponemos a pensar en el crecimiento del Reino de Dios en mi vida, la gestación de Cristo en mi corazón, ¿Cuánto tiempo llevaría?
La verdad es que no se puede considerar así, primero porque esta es una realidad sobrenatural, segundo porque es imposible que por nuestras propias fuerzas transformemos totalmente nuestra vida a imagen de Dios. Sin embargo, el Evangelio de hoy nos da mucha esperanza porque esta realidad de la transformación de nuestro corazón que es muy compleja, Jesús la compara con una realidad tan sencilla como la del crecimiento de una planta. Jesús ve esta realidad como tú observarías ese frijolito que depositaste sobre el algodón. Es la misma ilusión de ver cada día cómo se va desarrollando, la misma esperanza de algún día ver el fruto, aún y cuando el crecimiento de la planta sea de un milímetro por semana. Jesús lo ve con esperanza porque Él es Dios. Para nosotros, transformarnos en Él es imposible, pero para Él no hay nada imposible. Lo único que pide es paciencia, silencio, tiempo. Implica a veces trabajar, pero a veces también dormir. La semilla definitivamente crecer sin saber uno cómo porque es el proceso de Dios. Pero, una vez que crece, «aunque haya sido la semilla más pequeña, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas».
«En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, es decir, a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos tener confianza, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en «el grano maduro en la espiga”. Esta Palabra si es acogida, da ciertamente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos. Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios quien hace crecer su Reino —por esto rezamos mucho “venga a nosotros tu Reino»—, es Él quien lo hace crecer, el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera con paciencia sus frutos». (S.S. Francisco, Ángelus del 14 de junio de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a ser paciente con los defectos de los demás y los míos, no voy a quejarme ni reclamar, sino hacer un acto de confianza en Dios que está haciendo su obra.