Lecturas del Conversión de San Pablo
Primera lectura
En aquellos días, dijo Pablo al pueblo: «Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los castigaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Yo pregunté: «¿Quién eres, Señor?» Me respondió: «Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues.» Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz. Yo pregunté: «¿Qué debo hacer, Señor?» El Señor me respondió: «Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer.» Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco. Un cierto Ananías, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: «Saulo, hermano, recobra la vista.» Inmediatamente recobré la vista y lo vi. Él me dijo: «El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados.»»
Palabra de Dios
Salmo
R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos. R/.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, creo en ti; creo que soy obra tuya. Quiero que los demás noten que te amo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-18
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Es muy típico dar pie a la tarea evagelizadora como parte de nuestra condición de bautizados, cristianos convencidos de su fe dispuestos a testimoniar con la propia vida la existencia real y personal del Padre. Aunque se trata de un pasaje breve, Marcos nos presenta una lista breve de los frutos de la fe del misionero, dotes de grandes oradores, dones de sanación, exorcismos, etc. Sin embargo, queda la pregunta sobre la actualidad de los signos acompañantes de la fe en nuestro Señor.
Aprovechemos esta ocasión para reflexionar no tanto del misionero y de la cualidad de su fe en Cristo, sino más bien, tomemos este espacio para considerar a los oyentes de la predicación misionera. Por el bautismo todos somos misioneros y misionados. Predicamos y nos predican. Evangelizamos y somos evangelizados. Nos han transmitido la fe, pero cabe preguntarnos si nuestra salvación ya está garantizada. ¿El simple hecho de creer me salva sin necesidad de hacer nada más? Ese es el pensamiento protestante. Por eso, que tal si nos preguntamos esto, ¿mi fe en Cristo me ha sanado ya? Pongámoslo de esta manera, la fe que profesamos no puede estar al margen de los demás ámbitos de nuestras vidas. La fe o es esencial y modela nuestros pensamientos palabras y obras o no lo es.
«He aquí, por lo tanto, las dos realidades contrapuestas: por una parte, los que tienen doctrina o saben las cosas, y por otra los que tienen fe. Con una certeza: la fe conduce siempre al testimonio. La fe es un encuentro con Jesucristo, con Dios. Y este encuentro conduce al testimonio, como destaca el apóstol Santiago en su carta, y remarca que una fe sin obras, una fe que no te implica y no te lleva al testimonio, no es fe. Son palabras. Y nada más que palabras». (S.S. Francisco, Homilía del 21 de febrero de 2014).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Señor, Tú sabes que no hay nada nuevo bajo el sol. Sabes cuáles dificultades enfrento para integrar mi fe en ti de lunes a domingo, 24/7, los 365 días del año. A pesar de haber cosas que no entiendo del todo; a pesar del hecho de toparme con más preguntas cada vez que por fin logro dar respuesta a una sola de mis interrogantes, no me canso, no me doy por vencido. Busco tu rostro, y seguiré buscando hasta encontrarte. Deseo unidad en mi vida, quiero vivir una sola vida para ti, basta de ser cristiano solo de domingo. Quiero darte mayor protagonismo, sé Tú el centro de mi vida.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Tómate un momento de frente a un crucifijo, si es posible delante del sagrario. Busca el lugar que más te ayuda a relacionarte con el Señor, tu habitación, el campo, el salón de clases, la oficina. Ponte cómodo (a) y hagamos el siguiente ejercicio:
Escribe una cosa que no entiendas sobre tu fe, un aspecto de tu vida que necesita ser evangelizado, un motivo para tener fe.
Platícalo con tu guía espiritual. Si no tienes un guía espiritual, manos a la obra: busca uno.